¿Miedo a innovar?

¿Miedo a innovar?

En mi último artículo, intentaba arrojar algo de luz mediante datos sobre la tendencia actual o “moda” que había acerca de la innovación. Ese artículo lo publique a finales de febrero, con el compromiso de completarlo con una entrada posterior, donde argumentara la aseveración incluida al final:

 

Puede que nosotros podemos amar la innovación. Pero la mayoría los empleados la odian.

 

Apenas ha pasado poco más de un mes, y parece que fuera el año pasado. Todo lo sucedido durante este tiempo ha hecho que retrasara este artículo por dos razones: i) dejar pasar la avalancha informativa y formativa con motivo del confinamiento durante el mes de marzo (de momento), ii) quería ver cómo se comportaba el mundo en general, analizarlo y poder sacar alguna conclusión.

En una de las clases a las que asistí el año pasado en el Programa de Innovación de IE Business School, donde conocí excelentes profesionales, uno de los ponentes nos planteó una serie de preguntas que giraban sobre si la necesidad facilitaba la innovación o no. La conclusión de los panelistas asistentes era que había que facilitar un entorno agradable, donde se facilitara y desarrollara una cultura de innovación, eliminando los impedimentos posibles y que la “necesidad o carestía” de algo no era catalizador suficientemente potente para innovar.

 

No dudo que esto sea así, ya os dejé mi opinión en mi anterior artículo. Sin embargo, no podemos negar que, a lo largo de este mes, donde las noticias trágicas se han sucedido una tras otra, desde diferentes niveles de nuestra sociedad se ha innovado de diferentes formas para intentar lidiar y adaptarse al escenario actual.

Por ejemplo:

 
  • Como persona: se han desarrollado nuevas formas de entretenimiento, nuevas formas de comunicarse, nuevos hábitos, por no hablar de esos hogares donde los dos progenitores teletrabajan y los peques andan por casa, están innovando, optimizando y pivotando 24/7.

  • Como profesional: se han lanzado a tecnologías para intentar adaptar su trabajo al nuevo entorno, se han intentado resolver problemas de otra forma diferente empleando sólo los recursos disponibles y de una forma más simple, se han lanzado infinidad de iniciativas de colaboración/ recaudación, e incluso han visto la posibilidad de crear o potenciar su marca personal.

  • Como empresa: algunas han readaptado su modelo de negocio o su actividad a una velocidad pasmosa, otras han simplificado sus procesos y eliminados desperdicios.

¿Por qué os comento esto?

Pues muy sencillo, por unirlo al punto por el cual los empleados odian la innovación. Puede que nosotros, amantes de la innovación, consideremos que la innovación lo es todo. Sin embargo, y visto desde la otra perspectiva puede ser considerada como un trabajo extra sin resultados a corto plazo.

 

Los datos confirman estos temores. Un equipo de investigación de la Universidad de Toronto encuestó a 1.000 trabajadores estadounidenses y canadienses (todos empleados y con títulos universitarios) para evaluar sus actitudes hacia la innovación. Además de medir el «impulso para innovar», dicha investigación analizó cosas como «determinación» y «apertura al riesgo» en dos países y tres grupos de edad (menores de 35, de 35 a 44 y mayores de 45) diferentes.

 

Si bien el impulso por la innovación entre los participantes se situó entre el 14% y el 28%, solo dos de los seis grupos diferentes medidos rompieron la marca del 25%. La predisposición a correr riesgos fue aún más reveladora: en el mejor de los casos, sólo el 19% de tu empresa está dispuesta, y algunos grupos de edad bajan hasta el 11%.

¿Y si dejamos de llamarlo innovación?

 

El economista ganador del Premio Nobel Daniel Kahneman ha pasado más de seis décadas investigando cómo las personas toman decisiones. ¿Su principal hallazgo? El «cerebro reptiliano» casi siempre está a cargo de nuestras decisiones. Entonces, mientras usemos la palabra «innovación» para referirnos a «mejora», lo que los empleados están escuchando son señales de alarma diciendo «¡Peligro! ¡Peligro!», y ni siquiera nos da tiempo para darle un toque positivo que permita “venderlo”.

 

En lugar de asustar a todos con Innovación, ¿qué tal encontrar un lenguaje que en su contexto específico (industria, país) habla de continuidad y beneficio?

 

Al relacionarse internamente con los empleados, Danfoss, una empresa de fabricación global, ha calificado su proceso de innovación en torno a la palabra simple y manejable «idea». Si bien no todos piensan que pueden ser innovadores, casi todos tienen al menos una idea. Del mismo modo, Knauf Insulation, una empresa líder en materiales de construcción coloca los «Días de reinvención» en el centro de su proceso, apostando por una palabra que proyecte continuidad y accesibilidad. Otros eligen palabras o frases por sus esfuerzos, programas y funciones que se centran en el beneficio final para los empleados, como la simplicidad, la salud organizacional o incluso simplemente permanecer en el negocio.

Ya, pero… ¿y esto funciona?

 

No existe una investigación formal para demostrar que esta estrategia sea efectiva, pero, por ejemplo, Danfoss ha pasado de tardar de 18 a 24 meses de la idea a la nueva patente, su primer evento con la marca «24Idea» generó una patente en 100 días.

 

La palabra «innovación» puedes utilizarla con stakeholders externos, pero cuando se trata de involucrar a sus empleados, es hora de dejar de usar la palabra. Cualquiera sea el término que elija, hágalo sobre su audiencia, no sobre usted, su departamento de relaciones públicas o el próximo gran anuncio de Davos. De esa manera, la innovación podrá tener una oportunidad.

Stop Calling It “Innovation”, Nadya Zhexembayeva, Harvard Business Review